¿A
dónde me llevó haber creído?
¿A
dónde me llevó a parar?
¿A
dónde podría tan siquiera salir a correr?
Correr
de lo que creí porque sí,
así
es el miedo se apodera, me paraliza, me destruye.
Si
me tomas de la cintura
podrías
darme tiempo para salir a correr y arrastrarte
o
tal vez tiempo de esperar lo inesperado,
que
no me dejes avanzar, solo mantenerme en un sitio,
uno
mezclado, arbitrario, soberbio e irreal.
El
dolor anterior a un golpe, es la sigla a un símbolo irremediable.
El
dolor que sentí un día aquel, ese que un lugar me atribuía.
Solo
estar sentado, solo, impaciente.
Alguien
llegará.
Comienzo
a acostumbrarme a lo que al parecer es la anestesia,
la anestesia del dolor, de la rabia de la ira.
Esa
que manifiesto en el instante en que el dolor físico y los gritos de las
personas
se
toman de un sinfín de devenires nostalgiosos,
se
toman de la vocal, y poco a poco copulan un mar de nada,
una
absurda e interminable desolación.
Rompo
en llanto.
Corre
rápido, cuando se acerque le pones punto final.
Lo
tomas de la hernia, lo expulsas, lo desatas, lo atormentas.
Corre
más rápido.
Pobre
amigo, pobre tú,
pobre
desdichado de saberes, que entre saberes se pierde en coplas,
se
ahoga en coplas, se transforma en coplas y se muere entre libros.
John Rojas.
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