lunes, 7 de septiembre de 2015

La ululación de la noche


Lóbrega noche,
sosegado andar.
Árboles estáticos,
estanques en quietud.
Sonidos aislados,
la nada regular.

La bruma vestía
el valle del Aquelarre,
pero las brujas no eran
el principal personaje.

Más allá del todo, los búhos yacían
posados en lo alto
de un roble torcido.

La luna estaba lela,
fijaba su mirar
en los iris hechizados
de un cautivo volátil.

La luna estaba lela...
y los búhos recitaban su funesta condena.

Con el fulgor de la hoguera
las almas hacen presencia.
Prisioneras de la vida,
fugitivas escondidas.

Y los búhos tejían,
entonaban un cántico;
una extraña cantinela
unánime y sorda.

Celebraban la libertad
que solo portaban,
las noches de infortunio,
las noches amargadas.

Criaturas de la tierra,
deidades del inframundo.
Reencarnan sin pretender
tener prestigio alguno.

Crepúsculo inoportuno.

El jardín ha nacido con la aurora ostentosa;
el estanque se agita,
nada reposa.

Los estáticos búhos huyen a la cumbre.
Y desde la distancia,
se bufonean de la muchedumbre.

El búho no calla,
el búho no canta,
el búho ha muerto,
solo descansa.

                                                                   Trillada

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